¿Cuál son las diferencias entre Chiítas y Sunitas?

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    Los musulmanes sunitas y chiítas han vivido en paz durante siglos. En muchos países se ha vuelto común para las dos sectas casarse y orar en las mismas mezquitas. Comparten la fe en el Corán y en los dichos del Profeta Mahoma y realizan rezos similares, aunque difieren en los rituales y en la interpretación de la ley islámica. La identidad chiíta tiene sus raíces en la victimización sobre la muerte de Hussein, el nieto del Profeta Mahoma, y una larga historia de marginalización por la mayoría sunita. Los extremistas sunitas han representado a los chiítas como herejes y apóstatas.

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    Mahoma dio a conocer una nueva fe al pueblo de La Meca, en el año 610. Para el momento de su muerte en el año 632, Mahoma había consolidado su poder en Arabia. Sus seguidores construyeron posteriormente un imperio que se extendería desde Asia Central a España en menos de un siglo después de su muerte. Sin embargo, un debate sobre la sucesión dividió a la comunidad, con el argumento que el liderazgo debería concedérsele a personas calificadas y otras opiniones insistian en que el único gobernante legítimo debía proceder del linaje y de la sangre de Mahoma (los chiítas).

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    Los chiítas creen que Dios (Allah) siempre provee una guía, primero los Imams y luego los Ayatollás, o estudiosos chiítas experimentados que tienen una amplia autoridad interpretativa y son buscados como una fuente de emulación. El término “Ayatollá” está asociado con los gobernantes clericales en Teherán, pero es principalmente un título para un líder religioso distinguido conocido como Marja, o fuente de emulación. El Líder Supremo de Irán, Ali Khamenei, fue nombrado por un órgano elegido de clérigos iraníes, mientras que los Maraji (plural de marja) son elevados a través de las escuelas religiosas chiítas de Qom, Najaf y Kurbala.

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    Los chiítas pueden elegir entre decenas de Maraji (un título para un líder religioso distinguido), la mayoría de estos poseen sus bases en las ciudades santas de Irak (Qom, Najaf y Kurbala) e Irán. Muchos chiítas emulan a un Marja para los asuntos religiosos y postergan al Líder Supremo Ali Khamenei en Irán para su orientación política. Para los sunitas, la autoridad se basa en el Corán y las tradiciones de Mahoma. Los estudiosos religiosos sunitas, limitados por precedentes legales, ejercen mucho menos autoridad sobre sus seguidores que sus contrapartes chiítas. Hay muchos más líderes, y variados, entre los sunitas.

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    Los chiítas tienen diferencias sobre el correcto linaje de la sucesión. Los chiítas de corriente principal (los duodécimos) creen que había doce Imams. Tenemos también a los que apoyan al quinto Imam y los ismaelitas chiítas que se separaron durante el séptimo Imam. Frente a ellos, cuatro escuelas comprenden la jurisprudencia sunita: Hanafi, Shaafitas, Malekitas y Hanbalitas, este último dando origen a los movimientos wahabíes y salafistas en Arabia Saudita. El sunismo, un amplio término paraguas para el Islam no-chiíta, está unido a la importancia del Corán y las prácticas de Mahoma pero permite las diferencias en opiniones de legalidad.

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    La violencia comunal entre chiítas y sunitas ha sido históricamente poco común. Los grupos extremistas, muchos de los cuales son fomentados por estados, son los principales actores en los asesinatos étnicos religiosos que se cometen actualmente. Los dos grupos terroristas más prominentes, la sunita Al-Qaeda o Hamás (apoyada por países como Turquía o Qatar) y la chiíta Hezbollah (una especie de brazo armado iraní), no se han definido en términos sectarios y han favorecido el uso de marcos anti-imperialistas, anti-sionistas y anti-estadounidenses para definir su Yihad. Estos grupos suelen tener un brazo político social y no solo un cuerpo militar.

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    El cisma del Islam, que viene existiendo desde hace catorce siglos, NO explica todos los factores políticos, económicos y geoestratégicos involucrados en los conflictos en Siria o Irak, sino que se ha convertido en un prisma, a través del cual, comprendemos sus tensiones étnico-religiosas subyacentes. Dos países que compiten por el liderazgo del Islam, Arabia Saudita sunita y la chiíta Irán, han utilizado la división sectaria para promover sus ambiciones. El cómo se resolverá su rivalidad probablemente dará forma al equilibrio político entre sunitas y chiítas y el futuro de la región, especialmente en Siria, Irak, Líbano, Bahréin y Yemen.

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    Junto a la lucha de poder sunita-chiíta yace el fervor renovado de militantes armados, motivados por los objetivos religiosos para preparar el camino para el regreso del Mesías. Existen decenas de miles de militantes sectarios que se han organizado a través de toda la región y que son capaces de desencadenar un conflicto aún mayor. A pesar de los esfuerzos de muchos clérigos sunitas y chiítas de reducir las tensiones a través del diálogo y contrarrestar la violencia, existe una preocupación que la brecha religiosa en el Islam escale la violencia y sea una amenaza creciente para la seguridad internacional.

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    Al fallecer Mahoma (632), un grupo de prominentes seguidores del Islam eligieron a Abu Baker, compañero y suegro de Mahoma, para ser el primer califa, pese a las objeciones de los que favorecieron a Ali iben Abi-Talib, primo y yerno de Mahoma. Los bandos opuestos al debate de sucesión, finalmente, evolucionaron en las dos sectas principales del Islam. Chiítas, que deriva de Shi’atu Ali, los “partidarios de Ali”, creen que Ali y sus descendientes son parte de un orden divino. Sunitas, los seguidores de la sunna o “camino”, se oponen a la sucesión política basada en el linaje de Mahoma.

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    Alí Ben-Talid, el primo y yerno de Mahoma, se convirtió en Califa en 656 y gobernó cinco años antes de ser asesinado. El califato, con base en la Península Arábiga, pasó a la dinastía de los Omeyas, en Damasco, y luego a los Abbásidas de Bagdad. Los chiítas rechazaron la autoridad de estos gobernantes. En el 680, soldados del segundo califa Omeya asesinaron al hijo de Alí, Hussein, y a muchos de sus compañeros en Kurbala (Irak). Kurbala se convirtió en un símbolo para los chiítas. Hoy, los sunitas son 85% y los chiítas el 15% de los 1.600.000.000 musulmanes.

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    En el año 680, soldados sirvientes del segundo califa Omeya asesinaron al hijo de Alí Ben-Talib, Hussein, y a muchos de sus compañeros en Kurbala (Irak). Tras Kurbala, los califas sunitas estuvieron preocupados en que los Imams chiítas, los descendientes de Hussein que eran vistos por muchos como líderes legítimos de los musulmanes (los sunitas utilizan el término “Iman” para los hombres que lideran los rezos en las mezquitas), utilizarían esta masacre (Kurbala) para capturar el imaginario público y derrocar monarcas. Este miedo se tradujo en una mayor persecución y marginación de los chiítas (el 15% de los 1.600.000.000 musulmanes).

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    A pesar que los sunitas triunfaron políticamente en el mundo musulmán (son el 85% de 1.600 millones), los chiítas (15%) continuaron observando a los Imams, los descendientes sanguíneos de Alí y Hussein, como sus legítimos líderes políticos y religiosos. La mayoría de los chiítas, en particular aquellos de Irán y del mundo árabe oriental, creen que el duodécimo Imam entró en un estado de ocultación, o que se escondió, en el año 939 y que volverá al final de los tiempos. Desde entonces, “Los Doce” o Ithna Ashari Shias, han conferido autoridad religiosa a sus altos líderes clericales, llamados Ayatollás.

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    Dentro de la comunidad chiíta surgieron diferencias sobre el correcto linaje de la sucesión. Los chiítas de corriente principal (los duodécimos) creen que había doce Imams. Zaydi Shias, quien se encuentra principalmente en Yemen, se separó de la comunidad chiíta mayoritaria con el quinto Imam, y sostuvo un gobierno imamato en algunas zonas de Yemen hasta la década de 1960. Los ismaelitas chiítas, centrados en el sudeste asiático pero con importantes comunidades en la diáspora en el mundo, se separaron durante el séptimo Imam. La mayoría de los ismaelitas veneran al Aga Khan como el representante vivo de su Imam.

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    La mayoría de los chiítas, en particular aquellos de Irán, creen que el duodécimo Imam entró en un estado de ocultación, en el año 939, y que volverá al final de los tiempos. Desde entonces, “Los Doce” o Ithna Ashari Shias, han conferido autoridad religiosa a sus altos líderes clericales, llamados ayatollás. Muchos cristianos, judíos y zoroastrianos conversos al Islam optaron por convertirse en chiítas en lugar de sunitas como protesta contra los imperios árabes étnicos que trataron a los no árabes como ciudadanos de segunda categoría. Ellos influyeron en la evolución del Islam chiíta en sus rituales y creencias.

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    Los musulmanes sunitas dominaron los primeros nueve siglos del mandato islámico (con exclusión de la dinastía Fatimí chiíta desde Egipto), hasta que la dinastía safávid chiíta fue establecida en Persia en 1501. Los safávid hicieron del Islam chiíta la religión del estado y durante los dos siglos siguientes combatieron con los Otomanos, que eran sus rivales y que era el califato sunita. A medida que estos imperios desaparecían, sus batallas establecieron más o menos las fronteras políticas del moderno Irán y Turquía en el siglo XVII, y su legado devino en la actual distribución demográfica de las sectas del Islam.

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    Los musulmanes sunitas dominaron los primeros nueve siglos del mandato islámico (con exclusión de la dinastía Fatimí chiíta), hasta que la dinastía safávid chiíta fue establecida en Persia (1501). Los chiítas constituyen una mayoría en Irán, Irak (están en el sur del país), Azerbaiyán y Bahréin (aunque su gobierno es sunita fue impuesto por Arabia Saudita) y una pluralidad en el Líbano (de allí el chiíta Hezbollah), mientras que los sunitas constituyen la mayoría de más de cuarenta países desde Marruecos hasta Indonesia. Asimismo, los sunitas son aproximadamente el 85% y los chiítas son el 15% de los 1.600 millones.

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    La Revolución Islámica de Irán, en 1979, le dio el clérigo chiíta Ayatolah Ruhollah Khomeini la oportunidad de poner en práctica su visión de un gobierno islámico chiíta gobernado por el “Mandato del Jurisprudente” (Velayat-e faqih), un concepto controversial entre los estudiosos chiítas, opuesto a los sunitas, que se han diferenciado históricamente entre el liderazgo político y la escolaridad religiosa. Los ayatolás chiítas siempre han sido los guardianes de la fe. Khomeini argumentó que los clérigos tenían que gobernar para realizar correctamente sus funciones: la implementación del Islam tal como Dios manda, a través del mandato de los Imams chiítas.

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    Bajo Khomeini, Irán comenzó a experimentar el “mandato islámico” chiíta. Antes del Ayatollah Khomeini, los líderes religiosos tradicionales chiítas de Irán no creían que un sabio, el islam tenía que hacer o meterse en política. Khomeini trató de inspirar un renacimiento islámico mayor, predicando la unidad musulmana, aunque apoyó a grupos chiítas en el Líbano, Irak, Afganistán, Bahréin y Pakistán que tenían agendas específicas (a veces anti sunitas). Los islamistas sunitas, tales como la Hermandad Musulmana y Hamás (especialmente la Yihad Islámica) admiraban el éxito de Khomeini aunque no aceptaron su liderazgo, subrayando la profundidad de las antiguas sospechas sectarias.

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    Arabia Saudita posee una minoría chiíta de, aproximadamente, el 10% frente a millones de seguidores de una rama puritana sunita conocida como wahabismo (parte de la escuela sunita Hanbali), antagónico al Islam chiíta. La transformación de Irán en una potencia chiíta tras la revolución islámica indujo a Arabia Saudita a acelerar la propagación del wahabismo y ambos países revivieron una rivalidad sectaria de siglos de antigüedad sobre la verdadera interpretación del Islam. Muchos de los grupos responsables de la violencia sectaria, local y mundial, actual y desde 1979, pueden remontarse a las competencias y diversidad entre musulmanes sauditas e iraníes.

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    Arabia Saudita apoyó a Irak (de Saddam Hussein, sunita) en la guerra contra Irán (1980-1988) y patrocinó a militantes en Pakistán y Afganistán que luchaban, principalmente, contra la Unión Soviética, potencia que había invadido Afganistán en 1979, siendo que estos también fueron suprimiendo a los movimientos chiítas respaldados por Irán. La transformación de Irán en un agitador de movimientos chiítas en países musulmanes parecía confirmar siglos de sospechas sunitas que los chiítas árabes servían a “Persia”. Para muchos estudios, sin embargo, los chiítas no son monolíticos, las identidades y los intereses se basan en más que en su confesión.

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    Los iraquíes chiítas, por ejemplo, constituían el grueso del ejército iraquí que luchó contra Irán durante la guerra Irán-Irak y, los grupos militantes chiítas Amal y Hezbollah se enfrentaron entre ellos durante la guerra civil libanesa. Los houthies, un grupo militante chiíta zaidí en Yemen, batallaron contra el gobierno de Ali Abdullah Saleh, un zaidí, en varias ocasiones entre 2004-2010. Luego, en el 2014, los houthíes capturaron la capital Sana’a, con el apoyo del derrocado presidente Saleh. En resumen, no es verdad que todos los movimientos chiítas son títeres de Irán ya que si así fuese no ocurrirían estas disputas.

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    La corriente principal y de línea dura de los sunitas no está singularmente enfocada a oprimir a los chiítas (aunque los iraníes así lo creen). Estos han luchado contra correligionarios a lo largo de la historia, siendo la última en las sucesivas ofensivas a la Hermandad Musulmana, en Egipto hace poco, o en 1990 en la invasión a Kuwait por Irak y en las batallas de Arabia Saudita contra Al-Qaeda y los grupos militantes sunitas relacionados a este. El compartir una identidad sunita común no eliminó las luchas de poder entre los musulmanes sunitas bajo los gobiernos seculares o religiosos.

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    La identidad confesional sunita o chiíta ha resurgido donde la violencia sectaria ha echado raíces, tal como en Irak después de la invasión del 2003 liderada por Estados Unidos que eliminó a Saddam Hussein, un dictador de la minoría sunita que gobernó sobre un país de mayoría chiíta. El bombardeo de un santuario chiíta en Samara, en el 2006, dio inicio a un ciclo de violencia sectaria que obligó a los iraquíes a escoger bandos, agitando las tensiones que continúan hasta el día de hoy. En países muy heterogéneos étnicamente (sunitas y chiítas) ha explotado una ola de violencia religiosa.

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    En el mundo árabe, los grupos chiítas apoyados por Irán han obtenido recientemente importantes victorias políticas. El régimen de Bashar Al-Assad, que ha gobernado el país desde 1970, y que se apoya en los alawitas como pilar de su poder (una secta chiíta heterodoxa que constituye alrededor del 11-13% de la población de Siria). Los alawitas dominan el alto mando de los servicios militares y de seguridad en Siria y son la columna vertebral de las fuerzas que luchan para apoyar el régimen de Assad en la guerra civil del país. En Líbano, Hezbollah domina el escenario político militar nacional.

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    Desde que la invasión de Irak, en 2003, derrocó a Saddam Hussein e instituyó elecciones competitivas, la mayoría chiíta ha dominado el parlamento y ha impuesto sus primeros ministros. Hezbollah, la milicia chiíta y el movimiento político, es el actor político más fuerte en el Líbano. Militantes chiítas en Yemen, tenuemente vinculados a Irán, se han convertido en el poder dominante en el país. Desde el comienzo de la Primavera Árabe (2008), la influencia regional de Irán ha aumentado mientras sus aliados chiítas en estos países han acumulado poder. A su vez, Irán intenta hacer sobrevivir al régimen de Assad.

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    Los gobiernos sunitas, especialmente el de Arabia Saudita, se han preocupado cada vez más por sus propias puntas de lanza en el poder en varios países, una preocupación exacerbada por el movimiento de protesta que comenzó en Túnez a finales del 2010. La Primavera Árabe se extendió hacia Bahréin y Siria, países en las líneas divisorias del Islam sectario. En cada uno, el poder político está en manos de una minoría. En Siria gobiernan los chiítas-alawitas con su Presidente Assad, donde los sunitas son la mayoría. En Bahréin, gobierna una familia sunita pro-saudita mientas que los chiítas son la mayoría.

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    La guerra civil en Siria, que es un conflicto político y religioso, ha puesto de manifiesto las tensiones sectarias y se ha convertido en el escenario de una guerra viciosa de poder entre las grandes potencias sunitas y chiítas. En Yemen, los rebeldes houthíes han expandido su territorio hacia el sur de Arabia Saudita, proporcionándole a Irán una cabeza de playa potencial junto a las rutas estratégicas de transporte en el Mar Rojo. Algunos analistas ven al conflicto sirio como la última oportunidad para los sunitas de limitar y revertir la propagación del poder iraní chiíta en el mundo árabe.

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    Los grupos terroristas sunitas (Al-Qaeda) o chiítas (Hezbollah) comparten algunas similitudes más allá del uso de la violencia física. Hezbollah ha desarrollado un brazo político pragmático que compite en elecciones y es parte del gobierno libanés, un camino no elegido por Al-Qaeda, que opera una red difusa en gran medida a la sombra. Ambos grupos han desplegado a terroristas suicidas y sus ataques han pasado desde un enfoque centrado en Occidente e Israel a atacar también a otros musulmanes, tales como el asesinato de civiles chiítas por Al-Qaeda en Irak y la participación de Hezbollah en la guerra civil siria.

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    El conflicto y el caos han jugado un papel en “hacer revivir” la identidad sectaria básica. En Irak por ejemplo, los restos del régimen Ba’thista emplearon la retórica sunita para ensamblar una resistencia ante la subida al poder de los chiítas tras el derrocamiento de Saddam Hussein. Abu Musab Al-Zarqawi, fundador de la filial de Al Qaeda en Irak (hoy ISIS), evocó antiguas resoluciones religiosas anti-chiítas a fin de desencadenar una guerra civil, con la esperanza que la mayoría chiíta, eventualmente, capitule frente a la violencia extremista sunita. La comunidad chiíta también respondió activando a sus propias milicias sectarias anti-sunitas.

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    La guerra civil en Siria ha ampliado las tensiones sectarias a niveles sin precedentes. La guerra comenzó con protestas pacíficas en el 2011 pidiendo el fin del régimen de Assad, que ha gobernado desde 1970. La familia Assad y otros alawitas han provocado resentimiento en la mayoría sunita de Siria después de décadas de represión y una agenda sectaria que elevaron las minorías alawitas en el gobierno y el sector privado. Las protestas del 2011 y la brutal represión del gobierno de Assad destaparon las tensiones sectarias en Siria, las cuales se han expandido a través de toda la región.

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    En Siria, decenas de miles de sunitas se unieron a grupos rebeldes tales como Ahrar Al-Sham, el Frente Islámico y el Frente Al-Nusra de Al-Qaeda, en el que todos emplean una retórica anti-chiíta. Un número similar de chiítas y alawitas sirios se alistaron junto a una milicia respaldada por Irán conocida como la Fuerza de Defensa Nacional para combatir por el régimen de Assad. Combatientes sunitas foráneos, de países árabes y occidentales, se unieron a los rebeldes, mientras que Hezbollah en el Líbano y algunas milicias chiítas de Irak tales como Asaib Ahl Al-Haq y Kata’ib Hezbolá respaldaron a Assad.

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    En la actualidad, las guerras étnicas religiosas (chiítas contra sunitas) las vemos especialmente en países como Yemen, Irak o Siria. Incluso los refugiados chiítas afganos, en Irán, habrían sido reclutados por Teherán para la guerra en Siria, enfrentándolos a combatientes extranjeros sunitas que pueden haber forzado al exilio a los afganos unas décadas antes. La guerra civil en Siria ha atraído más militantes de más países del mundo de los que participaron en los conflictos en Afganistán, Chechenia y Bosnia juntos. Unos cuantos miles de estos son musulmanes que provienen de Europa (varios miles de Inglaterra, Bélgica, Francia y Alemania).

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    Los grupos extremistas, en las últimas dos décadas, han llegado a depender de la televisión satelital y de las conexiones de alta velocidad en Internet para difundir mensajes de odio y recolectar ayuda. Los clérigos sunitas fundamentalistas (como Yusuf Al-Qardawi vía Al-Jezzira), muchos patrocinados por sunitas adinerados de Arabia Saudita y de los estados del Golfo, han popularizado insultos anti-chiítas. Los estudiosos religiosos chiítas también han tomado la radio, burlándose y maldiciendo a los tres primeros califas (ya que los chiítas no creen que Abu Baker, Omar ni Othman, fueron Califas respetables) y a Aisha, la tercera esposa de Mahoma.

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    La retórica sectaria de deshumanizar al “otro” tiene siglos de antigüedad. Pero la demonización ha aumentado últimamente. Descartar a los chiítas árabes como safawis, un término que los representa como agentes iraníes (desde el imperio safávid) y traidores a la causa árabe, es común en la retórica sunita. Los islamistas sunitas han utilizado términos históricos más duros tales como rafidha, los que rechazan la fe y majus, zoroástra o cripto persa, para describir a los chiítas. Las autoridades iraníes o Hassan Nasrallah de Hezbollah, describen rutinariamente a sus opositores sunitas como takfiris (código para los terroristas de Al-Qaeda) y wahabíes.

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    Los grupos extremistas han llegado a depender de la televisión satelital y de las conexiones de alta velocidad en Internet para difundir ideas. Para los extremistas sunitas, las nuevas tecnologías han revolucionado las oportunidades de reclutamiento yihadista. Los fundamentalistas ya no tienen que infiltrarse en las mezquitas principales y atraer reclutas clandestinamente sino que, ahora, pueden difundir su llamado a la Yihad y esperar que reclutas potenciales los contacten. Estos canales no son tan útiles para reclutar militantes chiítas, quienes se benefician del apoyo del estado en Siria, Irak e Irán y pueden anunciar abiertamente sus llamadas al yihad sectario.

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    Arabia Saudita (Sunita) e Irán (Chiíta) han desplegado muchos recursos, especialmente en Siria. Los sauditas también monitorean de cerca, lo que sucede en sus provincias orientales ricas en petróleo, hogar de su minoría chiíta, y ha desplegado fuerzas junto a otros países del Golfo para reprimir un levantamiento en gran medida chiíta en Bahréin. También reunió una coalición de diez países de mayoría sunita, respaldados por Estados Unidos, para revertir la creciente influencia houthí en Yemen. Arabia Saudita da millones de dólares en ayuda financiera a los rebeldes sunitas anti-Assad en Siria, pero no ayuda a Al-Qaeda ni a ISIS.

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    Irán ha destinado billones de dólares, en ayuda y préstamos, para apuntalar al gobierno alawita de Siria y ha entrenado y equipado a terroristas chiítas del Líbano, Irak, Siria y Afganistán para luchar con diversas milicias sectarias en Siria. Irán está combatiendo contra el Estado Islámico en partes de Irak, mientras que Arabia Saudita y otros países de mayoría sunita se unieron a una campaña aérea, encabezada por Estados Unidos, contra el grupo extremista en Siria e Irak. A la vez, los dos bandos (chiítas-sunitas) han pospuesto repetidos esfuerzos para establecer un diálogo a fin de resolver los conflictos diplomáticamente.

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    La continua guerra civil en Siria ha desplazado a millones interiormente y, a casi tres millones de civiles, en su mayoría sunitas, que son ahora refugiados en el Líbano, Jordania, Irak y Turquía. La afluencia de más de un millón de sirios en el Líbano, un estado con una mezcla religiosa históricamente combustible (aproximadamente un 30% chiítas, 30% maronitas y 35% sunitas) y que experimentó su propia guerra civil de quince años en los años 1970 y 1980, ha sido lastre de su gobierno en problemas de liquidez y sobre las comunidades bajo presión que acogen a estos nuevos refugiados.

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    Las tensiones sectarias se están acumulando en Irak mientras la mayoría chiíta de reciente ascenso lucha por adaptarse a la minoría sunita y trata con el Gobierno Regional kurdo al norte del país mientras confrontan con los grupos sunitas extremistas en el este (ISIS). La mayoría de los políticos y activistas en Irak, Siria y el Líbano rechazan los intentos de redibujar el mapa de la región, aunque las fronteras conocidas se desvanecen y la aparición de nuevas áreas de influencia basadas en identidades sectarias y étnicas son un creciente desafío existencial. Es decir, países más lógicos “sunitas” o “chiítas”.

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    Cuando el profeta Mahoma se enfermó designó a Abu Baker para que dirigiese la oración en su lugar, lo cual fue mal interpretado, según la tradición chiíta, tras la muerte de Mahoma como un deseo de que Abu Baker fuese su sucesor. Así, en 632 usurpó el título de califa, de “sucesor del Mensajero de Dios”. Basándose en su cercanía, Alí Ben-Talib reclamó su derecho a sucederlo formando la facción de Alí (de allí el nombre de chiítas). Según la tradición chiíta, Mahoma exclamó antes de morir que “el imán Alí será el sucesor ante la multitud de los fieles”.

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    Lo cierto es que la élite dirigente de la Umma (nación) islámica desairó a Alí Ben-Talib tres veces en doce años y únicamente lo designaron califa cuando agotaron todas las demás opciones (Tras Abu-Baker, Omar y Othman). Puede que deseasen evitar una monarquía hereditaria de la casa de Mahoma o que no les gustase Alí, o ambas razones a la vez. Acusado de haber instigado el asesinato de su predecesor (Othman), encontró una fuerte oposición dirigida por la viuda de Mahoma, Aisha y varios candidatos al califato, el más importante: Muawiyyade la familia de los Omeyas y gobernador de Siria.

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    En la batalla de Siffín (657) Alí Ben-Talib aceptó la propuesta que las diferencias entre él y Muawiyya (la casa Omeya) fueran resueltas por un árbitro independiente. Éste falló en favor del gobernador de Siria y Alí se replegó a su capital, la ciudad de Kufa, en el actual Irak, donde conservó cierto poder. Algunos partidarios de Alí, sin embargo, rechazaron en Siffín el arbitraje y abandonaron el campo de batalla. En adelante serían conocidos como Jariyístas (“los que salen”, hoy gobiernan Omán). Más adelante entrarían estos en guerra abierta con Alí, a quien asesinaron en Kufa en el 661.

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    En la batalla de Siffín (657) Alí Ben-Talib aceptó la propuesta que las diferencias entre él y Muawiyya (la casa Omeya) fueran resueltas por un árbitro independiente. Éste falló en favor del gobernador de Siria y Alí se replegó a su capital, la ciudad de Kufa, en el actual Irak, donde conservó cierto poder. Algunos partidarios de Alí, sin embargo, rechazaron en Siffín el arbitraje y abandonaron el campo de batalla. En adelante serían conocidos como Jariyístas (“los que salen”, hoy gobiernan Omán). Más adelante entrarían estos en guerra abierta con Alí, a quien asesinaron en Kufa en el 661.

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    La proclamación de Muawiyya como Califa, en 661, pone fin a la época llamada en la historia del islam “de los califas bien guiados” o “califas ortodoxos”o Rashidún (Abu-Baker, Omar, Othmán y Alí) e inaugura el califato Omeya, con capital en Damasco. Alí fue asesinado por un muradita fanático de la secta de los Jariyistas, Abd-al-Rahman ibn Muljam, quienes planeaban matar al mismo tiempo a Muawiyya, pero su plan falló. La muerte de Alí no cerró la cuestión sucesoria, los partidarios se rebelaron contra el Califa de Damasco aclamando a los hijos de Alí Abu-Talib como legítimos sucesores del profeta.

  • Estás viendo un tipo de respuesta “Ignorante”, “Árabe hispanoparlante” con un tipo de tono “Corrector”

    El conflicto sectario entre chiítas y sunitas se está arraigando en un número creciente de países musulmanes y amenaza con fracturar mortalmente a Irak y Siria. Las tensiones entre sunitas y chiítas, aprovechadas por sus rivales regionales Arabia Saudita e Irán, podrían remodelar el futuro del Medio Oriente. Las luchas entre las fuerzas sunitas y chiítas han alimentado una guerra civil en Siria, han estimulado la violencia que fractura a Irak y han ampliado fisuras en varios países tensos del Golfo. Los crecientes enfrentamientos sectarios también han provocado un resurgimiento en las redes yihadistas transnacionales, amenazando incluso a países occidentales.

  • Estás viendo un tipo de respuesta “Ignorante”, “Árabe hispanoparlante” con un tipo de tono “Fulminador”

    Saddam Hussein en Irak era el protector de las fronteras entre el mundo sunita y el mundo chiíta. El sometía a sus chiítas, que eran la mayoría dentro de su país, imponiéndoles un gobierno liderado por sunitas. Cuando se derrota a Saddam Hussein, y se quita ese tapón de presión, los chiítas salen beneficiados, lo que estamos viendo es que ese 13-15% del islam, los chiítas, que desde el siglo VII son vapuleados y superados por los sunitas (85%), ahora se expanden y crecen. Eso no es aceptado con facilidad por los sunitas, en especial por su líder: Arabia Saudita.

  • Estás viendo un tipo de respuesta “Ignorante”, “Árabe hispanoparlante” con un tipo de tono “Fulminador”

    ¿Qué no importan las diferencias entre sunitas y chiítas? ¿Qué fueron inventadas por Occidente? ¿En qué planeta vives, en Saturno? Los sunitas y chítas disputan el poder desde la muerte de Mahoma en 632, entre los seguidores de Alí Ben-Talíb y los que respetan a todos los Califas Ortodoxos. En la actualidad se masacran en Siria o en el Líbano, los radicales sunitas de ISIS o Al-Qaeda matan a otros radicales islámicos, ésta vez chiítas, como lo es Hezbollah. Desde 661 o 657 (batalla Siffín) disputan el poder pero… para tí… todo esto es un invento. ¡Hay que ser caradura!